Desde Argentina
Fecha:
29/Abril/2016
La Inseguridad Esa Prioridad
Postergada
Alberto
Medina Méndez
No existe
encuesta de opinión en la que este tema no ocupe el podio. En la inmensa
mayoría de ellas, la inseguridad lidera el ranking de las preocupaciones
cívicas. Sin embargo su abordaje siempre queda pospuesto.
Probablemente
esto tenga que ver con la percepción que tiene
la política acerca de la escasa chance de lograr triunfos en el corto
plazo y su natural inclinación hacia aquellos tópicos en los que puede torcer
el rumbo con celeridad siempre dentro del mandato del poderoso de turno.
Temáticas como
la educación, la seguridad y otras tantas similares, que ameritan enormes
esfuerzos y cuyos resultados positivos no se consiguen con rapidez, por
exitosas que sean las decisiones tomadas, no entusiasman a la clase dirigente.
Prefieren ocuparse de aquello que genera impactos más inmediatos como la
economía o el reconocimiento de nuevos derechos.
Nadie desconoce
el complejo entramado del problema de la inseguridad. Tiene múltiples aristas,
sus causas no son fáciles de enfrentar y las soluciones de fondo demandan de
tiempo y paciencia. Pero justamente por eso hay que arrancar ahora, porque
modificar esta inercia llevará décadas. El solo hecho de detener la escalada
justifica invertirle ingenio y dedicación.
No es que no se
haga algo al respecto. Brotan, con alguna frecuencia, propuestas interesantes,
debates apasionados y hasta medidas concretas, pero siempre son aisladas,
divorciadas del conjunto, por lo que se torna difícil ser optimistas con la
eficacia de ese tipo de determinaciones.
Cierta tendencia
a la simplificación termina enfocándose en un solo factor, por eso muchos
afirman que detrás de esta calamidad está la droga, sin comprender que es uno
de los tantos emergentes, pero no el único. Indudablemente es un dato de la
realidad, un síntoma entre otros, pero lejos está de explicar el contexto
contemporáneo de una sociedad en la que el robo, la violencia, el odio, la
intolerancia, el resentimiento, el desprecio por el otro y hasta el homicidio,
ya son moneda corriente.
No menos
alarmante es dimensionar la dificultad para encontrar especialistas en la
materia. Claro que existen profesionales que saben y mucho, pero siempre sobre
un aspecto puntual de la problemática, sin esa mirada universal que se precisa
para una aproximación seria y responsable.
La situación de
las cárceles como institución para recuperar ciudadanos y no como herramienta
para disciplinar individuos, la diversidad de leyes vigentes muchas de ellas
contradictorias, la infinita variedad de estimulantes disponibles, la debilidad
de la educación como instrumento para proveer conocimientos, el deterioro de la
institución familiar como formadora del carácter, la siempre insuficiente
capacitación y jerarquización del personal de seguridad, la imprescindible
incorporación de tecnología al servicio de la comunidad, la puja entre los
derechos individuales y la presunción de culpabilidad, el funcionamiento del
desprestigiado sistema judicial, la pobreza enquistada que tampoco ayuda son
solo una parte de una larga lista de asuntos que deben asumirse de una vez por
todas.
El problema es
que esa descripción no es nueva y lleva décadas exactamente en ese mismo lugar.
Pese a ello, muchas de esas transformaciones ni siquiera se han planteado. En
esto siempre es tarde porque en este juego de postergaciones eternas no solo se
pierden bienes sino también vidas. El aplazamiento infinito, este perverso
esquema en el que la inseguridad nunca se encara, es despiadadamente cruel.
Es tan grave lo
que ocurre que se ha empezado a naturalizar lo inadmisible. Se vive encerrado
tras las rejas del hogar, con puertas que se aseguran, no solo bajo llave, sino
con nuevas técnicas que garanticen su inviolabilidad. Salir a la calle implica
asumir grandes riesgos personales, prepararse para saber por dónde caminar, en
que horarios y bajo qué circunstancias. Ocultar relojes, pulseras o cadenas y
evitar la manipulación de dispositivos tecnológicos para no tentar a los
delincuentes ya es parte de la rutina.
Definitivamente
esa no es la vida a la que aspira un ciudadano medio que espera que su
gobierno, al menos proteja su derecho a la vida, a su libertad y a su
propiedad. Si bien esas deben ser las funciones fundamentales, la política
sigue jugando a discutir si el Estado debe ser empresario, constructor,
inversor o prestador de servicios no esenciales.
A no engañarse.
Nada de esto sucede por casualidad. Tal vez la sociedad se ha acostumbrado a
vivir atemorizada, limitando su accionar cotidiano porque le importa más
resguardar su poder adquisitivo que la vida misma.
Es hora de que
este asunto se ponga en el centro de la escena. No se puede delegar semejante
responsabilidad en manos de un funcionario o un área que solo se dedique a los
casos de mayor espectacularidad. La situación merece otra actitud. Para eso la
clase política, las distintas jurisdicciones y sobre todo, la sociedad civil
deben involucrarse y comprometerse.
El tema preocupa
y mucho, sobre todo porque ni siquiera se dispone de un diagnóstico
contundente. Los ciudadanos deben reclamar con mucha fuerza, porque la política
es hipersensible a las demandas de la sociedad, siempre que esta sea capaz de
sostener su intensidad y no caiga en la dinámica espasmódica tan habitual en
estos tiempos. Lo hecho hasta acá es poco y a las luces de lo que acontece a
diario, evidentemente insuficiente. Lamentablemente la inseguridad sigue siendo
esa prioridad postergada.
albertomedinamendez@gmail.com
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